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Mascarillas, multiescenario e incertidumbres en los Oscar más atípicos

Nunca había transcurrido tanto tiempo entre una ceremonia y otra. Más de catorce meses después aterrizan los Oscar 2020 condicionados, como todo lo demás, por la pandemia mundial de coronavirus a la espera de comprobar cómo afecta este panorama a su retransmisión televisiva. Los responsables de la gala, comandados este año por el cineasta Steven Soderbergh, han renunciado a las conexiones en directo con los domicilios de los nominados y han habilitado dos escenarios en Los Angeles (entre ellos, el habitual Dolby Theatre) y uno en Londres (para los europeos que no quieran desplazarse a Estados Unidos) con el deseo de confeccionar una entrega de premios lo más presencial posible. No se conocen muchos más detalles (salvo que los que asistan podrán prescindir de la mascarilla cuando no haya pausas publicitarias), y seguramente la multiconexión esconderá más de un as bajo la manga.

No cabe duda de que nos encontramos ante una de las galas de los Oscar más atípicas que se han llevado a cabo. La Academia de Hollywood no se planteó jamás suspenderlos (llevan celebrándose ininterrumpidamente desde 1929) y con este retraso pretendía agarrarse al clavo de la tradición, pese a que este año no volverá a haber presentador en pos de esa tendencia reciente capitaneada por el minimalismo y la corrección que ha ido menoscabando la puesta en escena y el sentido del espectáculo de décadas anteriores.

Entrando ya en el terreno puramente cinematográfico, hay que destacar que pese a la limitación de estrenos en salas durante 2020, y con el soporte creciente de las plataformas televisivas, ha quedado una terna de ocho nominados con un nivel muy aceptable. Los votantes han sabido quitar paja e ir a la raíz apoyando estas propuestas atrevidas, también clásicas, dramáticas, irreverentes incluso, en las que el mensaje político parece ser el común denominador.

La favorita de la noche es Nomadland, la historia sobre los modernos nómadas norteamericanos hijos de la crisis económica de 2008. El nuevo trabajo de Chloé Zhao (The rider) empezó la temporada de premios inmejorablemente con su León de Oro en Venecia (que cobra a cada año que pasa más importancia en los Oscar) y el Premio del Público en el Festival de Toronto. Parece la cinta destinada a repetir el triunfo de Kathryn Bigelow y En tierra hostil en 2009 sumando una nueva estatuilla a mejor película y mejor dirección para una obra firmada por una mujer. Además, también se perfila como la principal aspirante en los apartados de guion adaptado y fotografía.

La que también puede unirse a la Historia es su actriz principal (además de productora) Frances McDormand, en la noche que podría suponer su tercer Oscar en esta categoría (tras Fargo y Tres anuncios en las afueras). La carrera por el premio a mejor actriz se presenta como la más apretada e impredecible de la noche en tanto que cuatro de las nominadas se han llevado los reconocimientos más influyentes de la previa (Carey Mulligan, Critic’s Choice; Andra Day, Globo de Oro; Viola Davis, SAG, y McDormand, el Bafta). Esta falta de unanimidad es de agradecer y añade incertidumbre a la decisión final de los académicos.

Una joven prometedora, dirigida por la británica Emerald Fennell y que podría reportar el premio a Mulligan, también supone un hito al llevar a dos mujeres por primera vez en 93 años a ser finalistas en la lucha por el premio de dirección. De este quinteto se ha quedado fuera el prestigioso guionista, y ahora filmmaker, Aaron Sorkin, cuyo El juicio de los 7 de Chicago (su reparto se llevó el SAG) parece la única alternativa real a Nomadland (recordemos que la ausencia en mejor realizador no fue impedimento para que Argo o Green Book se alzaran como ganadoras recientemente). Sin embargo, el peso del premio del Gremio de Productores (PGA) y del de Directores (DGA) para la cinta de Zhao representan una pendiente muy difícil de remontar. En el otro lado del ring está Mank, la tercera nominación en la carrera de David Fincher que, pese a ser la que más candidaturas acumula (10), está quedando fuera de los comentarios por sus escasas posibilidades de arañar algo más allá de un premio técnico.

La categoría de mejor actor parece decantada para el fallecido Chadwick Boseman por dar vida a un trompetista en La madre del blues. Los incontestables trabajos de Anthony Hopkins y Riz Ahmed, que son el alma de sus respectivas películas (El padre y Sound of metal son, en mi opinión, las dos mejores de las nominadas este año), podrían irse de vacío injustamente, pese a que los recientes Bafta e Independent Spirit Award que han recibido cada uno respectivamente pondrán algo de suspense al veredicto.

En cuanto a los actores de reparto, los claros favoritos son Daniel Kaluuya (Judas y el mesías negro) y Youn Yuh-jung (Minari) en detrimento de Paul Raci (el único de los cinco en su categoría que cuenta con un papel auténticamente secundario) y Glenn Close (que podría perder el Oscar por octava vez).

Y, como corresponde, ponemos en marcha la quiniela anual animando a todo aquel que quiera participar en esta extraña edición. Son 23 categorías (desaparece el premio de Edición de sonido). Suerte y al Oscar.

Los orígenes del horror

Entre los nombres de los genios más reconocidos del cine debería aparecer por imperativo Friedrich Wilhem Murnau si entendemos esta categoría como exponente de quienes contribuyeron a construir su lenguaje. Como realizador, Murnau adoptó las señas de identidad del expresionismo alemán exhibiendo un talento natural para la experimentación visual y poniendo énfasis en las posibilidades narrativas de este arte asociadas a los movimientos de cámara y la factura claroscura.

El filme que comenzó a darle visibilidad y lo llevó de su Germania natal a Estados Unidos, donde concluyó su carrera prematuramente al morir en un accidente de tráfico, fue Nosferatu (1922), su particular visión de la novela de Bram Stoker Drácula. En la siguiente entrada en DiccET nos acercamos a los orígenes de esta cinta y a algunas de las particularidades que aún hoy, casi cien años después, la mantienen como una de las leyendas catedralicias de la ficción vampírica.